Juraba y perjuraba en su arrebato
aquel hombre sin fe, malo e ingrato
y el gran poder de Dios, con osadía
negaba en su insensata felonía
mas llegole su hora de agonía
y al sentir de la muerte el beso frío
su corazón de odio quedó vacío
y en un postrer suspiro que anhelante
escapó de su pecho agonizante
el cuitado exclamó ¡Perdón Dios mio¡
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